Álvaro Ibáñez Encinas publicado originalmente en elcorro.org
La cuestión en torno a la cual me dispongo a escribir no deja de suscitar diferentes paradojas en el ámbito de la filosofía dada la naturaleza propia de la solidaridad tanto en el ámbito cultural como el natural, por lo que no entraré a debatir sobre la propia naturaleza de la misma, y me acogeré a la definición de la RAE para entender los términos en los que me referiré a la misma, definiendo a esta como “Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otro”. Para el ejercicio de la solidaridad, creo necesario cuanto menos mencionar la empatía necesaria para el surgir de la propia solidaridad, y el compromiso consecuente de la misma, que aun no estando en su definición, me parecen básicos e intrínsecos de la propia solidaridad. Por otro lado, me urge escribir estas palabras por dos cuestiones; en primer lugar dada la situación de crisis sanitaria que vivimos actualmente y que ha supuesto una ola de solidaridad entre la población, y en segundo lugar, ante las grandes discusiones y debates que se generan dentro del movimiento castellanista actualmente ante cualquier temática, y como estas diferentes posiciones nos mantienen en una posición estática – dada la inmovilización de las diferentes corrientes de pensamiento-, y estética – debido al romanticismo de muchas de nuestras reivindicaciones como pueblo en la situación actual con respecto a la realidad social – . Quiero dejar claro también, que si bien diferentes colectivos llevan a cabo numerosas acciones en distintos ámbitos, se hace necesaria la articulación de un movimiento que consiga llevar todas estas luchas tanto a la política como a la sociedad civil desde una perspectiva castellanista, siendo indispensable un debate sobre la solidaridad que debemos practicar y recibir.
Quiero empezar sobre la solidaridad que creo fundamental, la propia entre los castellanos y castellanas. La emergencia que recorre nuestra tierra ante el avance de la despoblación, la extrema derecha, el cambio climático, entre otras tantas, con todas las consecuencias que ya conocemos y que no creo que sea necesario enumerar ahora mismo, necesita de una respuesta unitaria y urgente. La dificultad de unificar todo un movimiento diverso, disperso y minoritario, se antoja enormemente complicado, por eso creo que es tan necesario el ejercicio de una empatía en el que las causas comunes consigan unir aquello que las diferencias muestran como imposible. No es una renuncia a los principios, es una llamada de emergencia, puesto que el tiempo de solución se agota, y si debemos dejar en manos de quienes hasta ahora se supone que han mirado por Castilla, sería demasiada ingenuidad. ¿Es tanto lo que nos separa, que no podemos articular el espacio necesario para construir las estructuras de las que debemos dotarnos? Considero que no podemos pretender asaltar el cielo cuando no existe un suelo sobre el que posarnos, y que si las condiciones actuales no nos permiten aquello que soñamos en nuestro espacio individual, debemos trabajar con la realidad de la sociedad castellana, que no castellanista, siendo esta creo una diferencia importante a entender. A día de hoy, el españolismo más rancio reina en gran parte de Castilla ante la ausencia de una identidad y un sujeto social que vincule la comunidad con Castilla, y no es de extrañar que parte de nuestra sociedad haya encontrado en la extrema derecha la alternativa ante la emergencia que se sufre, dada la ausencia de otras alternativas con representación en el espacio político y las instituciones. No podemos pretender construir una Castilla independiente si no contamos con el resto de castellanos y castellanas que a día de hoy, ni consideran su identidad como tal, y esto, si bien también podría llevar a un análisis más profundo, es una realidad que no debemos ignorar, y con la que empezar a trabajar. Por otro lado, el movimiento castellanista, como ya he dicho anteriormente, es diverso, disperso, y minoritario, encontrándose muchas veces cómodo en una posición de romanticismo en la que el fin es tan utópico, que permite abstraerse de la realidad de la sociedad castellana. Y repitiéndome de nuevo, la solidaridad que necesitamos entre nosotros y nosotras pasa por un ejercicio de reflexión y empatía ante aquellos que si bien castellanistas, pueden disentir nuestro pensamiento. No os equivoquéis, este mensaje desde luego va dirigido al espacio progresista del castellanismo, ya que la transversalidad tiene cabida en este movimiento, pero aun pudiendo ser incongruente con aquello que estoy escribiendo, hay luchas a las que no podemos renunciar.
Esta solidaridad no debe limitarse al ámbito de la unidad en la acción política, si no que debe abarcar también diferentes aspectos de la sociedad castellana, como por ejemplo las luchas en el campo que hemos podido ver en el último mes. No podemos entender Castilla sin el campo, pero tampoco sin la ciudad. En un momento en el que el campo se levanta por su supervivencia, como sector económico y forma de vida, no podemos desde la ciudad observar en la distancia su lucha, si no que debemos apoyar desde nuestras posiciones de consumidores y sujetos políticos, ser consecuentes y solidarizarnos con su lucha. En muchos de nuestros casos, nuestra historia familiar está ligada al campesinado, y al igual que nos enorgullecemos de las luchas del campesinado en el pasado, ahora es el momento de dar el soporte necesario desde la ciudad a las nuevas reivindicaciones que llegan desde allí. Ya es sabido que no únicamente con manifiestos y manifestaciones de apoyo se sustenta una lucha, que si bien son necesarias, también debemos revisar tanto nuestra relación con el mismo como nuestras formas de consumo. Desde luego son palabras fáciles, puesto que tanto los problemas como las soluciones que a nivel individual podemos llevar a cabo las conocemos, por lo que creo que es a nivel social donde aun no se ha manifestado la solidaridad de la ciudad con el campo, viéndolo como algo lejano y problemático. Los prejuicios que hoy en día perviven en la ciudad sobre el campo y sus gentes, vistos como la quintaesencia del conservadurismo y el atraso tanto social como intelectual, deben ser combatidos desde los espacios de los que disponemos, y dar el soporte necesario a la lucha campesina. Y como este ejemplo, todos y todas conocemos innumerables luchas que merecen de nuestra solidaridad y que podría mencionar y exponer mi idea sobre las mimas, pero se extenderían demasiado estas palabras, y posiblemente se perdería el mensaje que pretendo.
Creo que también es importante remarcar la necesidad de la solidaridad entre los pueblos dado que desde la construcción de los nacionalismos, tanto el español como los llamados “periféricos”, Castilla ha sido utilizada como un sujeto por un lado de germen del orden del Estado español, y por otro como el enemigo común ante el que unificar todos los males sufridos por el resto de los pueblos. Esto, que merecería un análisis más profundo tanto histórico como social, no debe ser olvidado, puesto que la solidaridad propia también pasa de forma obligada por la empatía del resto de pueblos hacia los castellanos y castellanas.
Ahora que nos encontramos confinados en nuestras casas y disponemos de espacios de tiempo en los que poder leer y reflexionar, considero que es un buen momento para ejercer dicha reflexión, aprovechando también un momento en el que se demuestra la necesidad de una sociedad comprometida, y que ha puesto en cuestión la supremacía del individuo frente a lo social en la que la mayoría de los jóvenes hemos sido educados. Podría dedicar muchas más palabras a esta cuestión, y aun así continuaría quedándome corto en un debate tan amplio y necesario, como ahora mismo ocurre con estas mismas palabras, por lo que para cerrarlas, solo quería recordar que aquellos comuneros y comuneras a quienes nos encomendamos como herederos de sus reivindicaciones, supusieron uno de los mayores ejercicios de solidaridad en toda la tierra castellana, en el que fijarnos, no solo como símbolo de lucha, si no como filosofía de empatía, solidaridad y compromiso.
Salud, y viva Castilla libre y comunera.